LA
EDUCACIÓN DE LA SEXUALIDAD
UN
DESAFÍO PARA PADRES Y EDUCADORES
R.P.
Miguel Fuentes, V.E.
INDICE
Introducción
I. EL AMOR Y LA SEXUALIDAD
HUMANAS
1.
Situación
2.
El amor verdadero y la sexualidad: conceptos
II.
LA EDUCACIÓN SEXUAL, EDUCACIÓN A LA CASTIDAD
1.
Objetivos de la educación de la sexualidad
2.
Quiénes deben hacer la educación
3.
Educación de la voluntad y de la afectividad
4.
La educación del conocimiento
5.
Orientaciones prácticas para padres y educadores
6.
Conclusión
Introducción
Quiero presentar en estas páginas el documento Sexualidad humana: Verdad
y Significado, que publicó el Pontificio Consejo para la Familia el 8 de
diciembre de 1995 (aunque publicado por L’Osservatore Romano en lengua española,
nnº 44-45, 1 y 8 de noviembre de 1996). Seguiré fundamentalmente el texto del
documento, alterando en cierta medida su estructura, pero respetando las ideas
esenciales.
El gran problema que enfrenta nuestra sociedad de fines del siglo XX es
que no sabe amar. El egoísmo y el odio se reparten en gran medida los
sentimientos del mundo contemporáneo. Como evidente consecuencia, tampoco es
capaz de enseñar a amar; nadie da lo que no tiene. ¿Qué idea se tiene hoy del
amor? ¿Qué concepto se anida en las mentes de los hombres sobre el amor entre el
varón y la mujer?
El problema de la educación del carácter, y en particular de la educación
de la sexualidad, toma hoy una importancia singular; se ha reencendido una
antigua polémica sobre la literatura católica referida al tema de la
sexualidad1 , además de estar en plena vigencia en nuestro país
el debate sobre el proyecto de ley conocido como Programa Nacional de
Procreación Responsable que prevé, entre sus puntos más críticos, la educación
sexual de jóvenes y niños por parte de la Escuela con orientaciones libertinas y
freudianas2 .
I.
EL AMOR Y LA SEXUALIDAD HUMANAS
1.
Situación
Hoy existen grandes dificultades por parte de los padres en general, para
educar a sus hijos en la sexualidad. Entre otras causas se pueden
señalar:
-La desaparición de los modelos tradicionales. En el pasado la cultura
general podía desempeñar un trabajo educativo en la medida en que –a pesar de
sus propias deficiencias– estaba impregnada de cierto respeto a los valores
fundamentales (pudor, castidad, familia, caballerosidad, virginidad). Aun cuando
la familia no diera una educación positiva, ese ambiente general contribuía a
producirla. Esto desapareció en la nueva cultura, y los padres no han podido
reemplazarlo porque se han descubierto faltos de preparación para llenar ese
vacío. Debemos tener en cuenta que la nuestra es, como la ha descrito Juan Pablo
II, una “civilización enferma” [6]3 . No comprende lo que es el
misterio del hombre, de la vida, del amor, de la entrega. Si nos dejamos llevar
por sus principios, no puede producir más que perturbaciones.
-El oscurecimiento de la verdad sobre el hombre. A lo anterior hay que
sumar la dificultad de una idea del hombre oscurecida y reducida. Es el hombre
considerado como algo puramente físico, banalizado en su sexo, en su corporeidad
y, por tanto, en su persona misma. El concepto individualista de la libertad no
ha liberado al hombre sino que lo ha aislado de la sociedad, haciendo al hombre
“lobo del hombre”.
-La presión de los mass-media. Esa idea deformante del hombre ha tomado
una enorme repercusión por culpa de los medios de comunicación que transmiten un
concepto pesimista del hombre: inmanente, cerrado a la trascendencia,
materializado, sexualizado, cosificado.
-La escuela. La escuela ha venido muchas veces a empeorar la situación
del hombre comportándose como factor de descomposición en la educación sexual de
los jóvenes; ya sea porque se ha mostrado incapaz de educar bien en el campo de
la sexualidad, ya sea porque lo ha hecho sustituyéndose a los padres, ya sea
porque se ha quedado en una pura información sin asomarse a la verdadera
formación, ya sea porque ha desarrollado en muchas oportunidades programas de
verdadera deformación de las conciencias4 .
Por estos y muchos otros motivos, numerosos padres católicos (y no
católicos) se dirigen con frecuencia al Magisterio de la Iglesia para pedir
asistencia en su difícil tarea.
2.
El amor verdadero y la sexualidad: conceptos
1) La vocación al amor
El hombre ha sido creado para amar. Esto es indudable desde el momento en
que el hombre se reconoce creado por Dios que “es amor” (1 Jn 4,8). Pero, ¿qué
es el amor? ¿Cómo se inserta en él la sexualidad?
Hay dos tipos de amores. El amor de concupiscencia y el amor de amistad o
entrega5 . El primero sólo busca objetos en los cuales
satisfacer sus propios apetitos; es el amor puramente animal. Resulta obvio
decir que el hombre no ha sido creado para amar de este modo que no trasciende
el plano de las bestias. Está hecho, en cambio, para el segundo, que es el amor
capaz de conocer y amar a las personas en sí mismas y por sí mismas. Es el amor
que llamamos de amistad y de oblatividad, y quien mejor lo encarna es el mismo
Dios revelándose en Jesucristo: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio
Hijo” (Jn 3,16); “me amó y se
entregó por mí” (Gal 2,20). Es un amor exigente y su belleza consiste
precisamente en su exigencia.
2) Doble cauce del amor
Esta vocación al amor se vive de dos maneras diversas según el distinto
llamado divino: la vocación al amor virginal y al amor conyugal.
a) La virginidad consagrada. Significa la renuncia voluntaria y perpetua
al uso de la propia sexualidad por un motivo superior: la entrega total del
corazón a Dios y el seguimiento perfecto de Jesucristo virgen. Es un acto de
entrega total a Dios que exige un corazón indiviso, separado no sólo del pecado
sino de muchos bienes verdaderos y nobilísimos, como es el amor conyugal, por un
bien más nobilísimo aún: la dedicación total y exclusiva a Dios.
b) El amor conyugal. Es la segunda forma de vivir la vocación al amor. Se
da en la comunión entre el hombre y la mujer para siempre. Funda la comunión de
personas en la que Dios ha querido que viniera concebida, naciera y se
desarrollara la vida humana. De este amor hay que decir que sólo a él pertenece
la donación sexual entre el hombre y la mujer; también que tal donación sexual
es plenamente humana sólo cuando forma parte integrante del amor espiritual,
psíquico y físico, comprometido hasta la muerte; finalmente, que la donación
sexual, aunque pertenezca de suyo a la dimensión física de la persona, debe ser
expresión del amor de caridad, porque en realidad, no hay amor legítimo que no
sea también, en su nivel más alto, amor de Dios [cf. 20].
El signo revelador de la autenticidad del amor conyugal es la apertura a
la vida, es decir, el fructificar en vida, en hijos: “tu mujer es como una vid
fecunda –dice el Salmo (128,3-4)– y tus hijos como retoños de olivo junto a tu
mesa”.
3) La castidad
Tanto la virginidad como la conyugalidad requieren, para poder darse, el
vivir plenamente la castidad. ¿Qué es la castidad? “Es la dimensión espiritual
que libera el amor del egoísmo y de la agresividad” [16]. La castidad es la
virtud por la cual la persona humana sólo usa del sexo dentro de su legítimo
matrimonio y según las leyes de Dios. Significa, equivalentemente, la abstención
total del uso sexual fuera del matrimonio y antes del matrimonio (aunque sea en
vistas del matrimonio6 ); y dentro del matrimonio significa el
abstenerse de hacer las cosas al margen de la ley de Dios.
La castidad presupone el aprendizaje del dominio de sí; es decir, el
aprender a conseguir la libertad humana, porque “o el hombre controla sus
pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace
desgraciado”7 . Es, por tanto, capacidad de dominio e implica
tanto el evitar las ocasiones de provocación al pecado, cuanto el superar los
impulsos instintivos de la propia naturaleza.
La castidad torna a la personalidad armónica, madura, y llena de paz
interior. No siempre es fácil la castidad. Algunos se encuentran en ambientes
donde ésta es ofendida y desacreditada deliberada y sistemáticamente; por lo
cual, vivirla requiere una lucha exigente y hasta heroica. Pero con la gracia de
Cristo todos pueden vivirla. En todo caso, al joven hay que alentarlo
recordándole la expresión de aquel filósofo: “no arrojes al héroe fuera de tu
alma”8 .
Asimismo, es importante tener en cuenta que las virtudes o están
conectadas entre sí o no pueden subsistir de ninguna manera. Por eso, para vivir
plenamente la castidad se requiere adquirir otras virtudes subsidiarias como la
fortaleza, la templanza, la mortificación y la caridad cristiana.
II.
LA EDUCACIÓN SEXUAL, EDUCACIÓN A LA CASTIDAD
En este contexto, ¿qué es la educación sexual? No es, ni puede ser, otra
cosa que educación a la castidad.
1.
Objetivos de la educación de la sexualidad [22]
La educación de los niños a la castidad mira a tres cosas
fundamentales:
1) Conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de
respeto a los dones de Dios; particularmente al don de la vida.
2) Ayudar gradualmente a los hijos a comprender el valor de la sexualidad
y de la castidad y sostener su desarrollo con el consejo, el ejemplo y la
oración.
3) Ayudarlos a comprender y descubrir la propia vocación al matrimonio o
a la virginidad [26-36]. La familia tiene un papel fundamental en el
descubrimiento de la vocación de sus hijos, la cual, como ya hemos dicho, puede
ser:
a) Vocación al matrimonio. El matrimonio es una vocación; por tanto, debe
ser una elección bien meditada. ¿Qué deben enseñar los padres a sus hijos al
respecto? Deben plantearles la verdad del matrimonio, para que puedan elegirlo
maduramente. Deben enseñarle que es un amor singular (humano –sensible y
espiritual– total, fiel y fecundo), que es un sacramento; que tiene dos
dimensiones inseparables (la unión de los esposos y la procreación), que sólo
puede ser vivido maduramente si se vive la castidad. Por tanto, los padres deben
formar la castidad de los hijos en vista del matrimonio. También es necesario
presentar a los jóvenes los simulacros del amor y sus consecuencias
(esterilización, aborto, sexualidad extraconyugal, relaciones prematrimoniales)
tales como son, es decir, como amenazas al amor y no como variantes del
mismo.
b) Vocación a la virginidad y al celibato. Los padres deben saber que la
vocación al amor no se agota en la conyugalidad sino que tiene como alternativa
la virginidad. Los padres deben ser los primeros en prestar atención a la
vocación de sus hijos. Si han sido generosos en aceptar los hijos que Dios les
ha enviado, también serán generosos en ofrecer sus hijos a Dios cuando Él los
llame; deben alegrarse cuando ven que Dios elige a uno de su propia sangre para
vivir la virginidad o el celibato. Pero ellos deben prepararlos para que la
vivan con alegría y madurez.
También es tarea de los padres el ayudar a comprender el sentido de la
virginidad de aquellos hijos que no pueden casarse por razones ajenas a su
voluntad (enfermedades físicas o psíquicas). Deben ayudarles a tomar conciencia
de que su vida no es una frustración sino que, por el contrario, muchas veces
alcanza un sentido altísimo en el descubrimiento de la vocación a la caridad con
los más necesitados.
2.
Quiénes deben hacer la educación [22-23; 37-47]
Los educadores son los padres y precisamente por ser tales: “son
educadores por ser padres” [22]. La educación de los hijos es una continuación
de la generación. La generación de los hijos tiene dos momentos: el primero es
la generación de la vida humana; el segundo tiene como término la generación de
la personalidad del hijo [cf. 112]. Hay padres que no abortan a sus hijos en la
primera generación, pero sí lo hacen en la segunda, dejándolos afectivamente
inmaduros e incapaces de enfrentar la vida.
En esta tarea los padres pueden ser ayudados, pero no sustituidos, salvo
por graves razones de incapacidad física o moral. Todo otro colaborador debe
actuar en nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso por
encargo suyo [23].
1) Los padres, por tanto, deben ser conscientes de sus derechos y deberes
en este campo.
a) Es un derecho. Especialmente hoy que en muchos lugares el Estado y la
Escuela tienden a
asumir la iniciativa en la educación sexual [41]. Este derecho de los padres
es:
-esencial, porque está relacionado con la transmisión de la vida
humana;
-original y primario, respecto del deber educativo de los
demás;
-insustituible e inalienable, porque no puede ser ni totalmente delegado
ni usurpado por otros9 .
b) Al mismo tiempo es un deber. Si los padres no educan a sus hijos se
hacen culpables de su deformación, así como si tolerasen una formación inmoral o
inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar [44].
2) Esta tarea tiene hoy graves dificultades porque los padres deben
enfrentar una difusión extraordinaria, e incluso apologética, de la sexualidad
desviada a través de la pornografía televisiva, gráfica y comercial. Por eso el
deber de los padres requiere un doble cuidado:
-Educar preventiva y críticamente a los hijos, es decir, procurando que
sepan discernir y que no se pongan en ocasiones de pecado.
-Denunciar valientemente ante las autoridades todo intento de educar
mal.
3) Como los padres muchas veces no pueden enfrentar esta tarea solos, tal
vez por falta de preparación, es necesario que se capaciten y se hagan ayudar
por la Iglesia que es madre y maestra, experta en humanidad.
4) Los medios para educar la castidad. Los medios para alcanzar esta
educación son de dos tipos: unos apuntan a formar directamente la voluntad;
otros a educar el conocimiento de los hijos en el plano de la sexualidad. Los
veremos por separado.
3.
Educación de la voluntad y de la afectividad [48-63]
La castidad es uno de los aspectos más importantes de la persona humana,
por lo cual no es posible cultivarla o educarla de cualquier manera. Exige un
ambiente muy propicio. Es una flor de invernadero. El lugar normal y originario
es la familia. Porque en la castidad confluyen aspectos físicos, psíquicos y
espirituales que requieren un clima muy especial.
Ahora bien, educar en la castidad es ayudar a conseguir las virtudes
positivas que conforman el “ambiente” de la castidad. Los padres no deben
contentarse con evitar lo peor (que los hijos no se droguen o cometan delitos),
sino que deben exigirles y pedirles más: que sean virtuosos. Para esto indicamos
algunos elementos:
1) Crear un clima afectivo.
Las ciencias psicológicas, pedagógicas y la experiencia concuerdan en
destacar la importancia decisiva –en orden a una válida educación sexual– del
clima afectivo que reina en la familia, especialmente en los primeros años de la
infancia y de la adolescencia y, tal vez, también en la fase prenatal. Los
desequilibrios entre los padres son factores capaces de causar en los niños
traumas emocionales y afectivos que pueden marcarlos para toda la
vida.
Para crear este clima, los padres deben encontrar el tiempo para estar
con los hijos y para dialogar con ellos, porque educar “no se trata de
imponerles una determinada línea de conducta, sino de mostrarles los motivos,
sobrenaturales y humanos, que la recomiendan” [51]. “Los hijos son su tarea más
importante..., más que el trabajo, más que el descanso, más que la posición
social” [ibid].
2) Crear un ambiente ejemplar [52.59]
Los niños están dispuestos a vivir según las verdades morales practicadas
por sus padres. Por tanto, no se los puede educar en el amor a Dios si los
padres no viven el amor a Dios; no se los puede educar en la castidad si los
padres no practican la castidad. Aquí está la diferencia entre “enseñanza” y
“educación”: “Es mucho más fácil enseñar que educar; para lo primero basta saber
algo, para lo segundo, es menester ser algo. La verdadera influencia del
educador no está en lo que dice, hace o enseña sino en lo que el educador es. La
verdadera educación consiste en darse a sí mismo como modelo viviente, como
lección real. Jesucristo así lo hizo”10 .
El mayor ejemplo que los padres dan a sus hijos es la generosidad en
acoger la vida: “Es menor mal –dice el Papa– negar a los propios hijos ciertas
comodidades y ventajas materiales que privarlos de la presencia de hermanos y
hermanas que podrían ayudarlos a desarrollar su humanidad y a comprobar la
belleza de la vida”.
3) Educación global.
La educación al amor es una realidad global; debe ser una educación
integral. Es decir: es, al mismo tiempo, educación del espíritu, de la
sensibilidad y de los sentimientos. Es educación, en general, de un conjunto muy
amplio de virtudes (más concretamente, de “todas” las virtudes): porque es
necesario el dominio de sí, la templanza, la modestia, el pudor, la caridad
cristiana, la capacidad de sacrificio, la fe, la oración, etc.
4) El pudor y la modestia.
Para crear un clima adecuado a la castidad es muy importante la práctica
del pudor y de la modestia11 . Por eso “los padres deben velar
para que ciertas modas y comportamientos inmorales no violen la integridad del
hogar” [56]. Esto es particularmente grave por el abuso de la televisión, en la
cual los padres muchas veces descargan su responsabilidad de “educar” a los
hijos.
El pudor “designa el rechazo a mostrar lo que debe permanecer velado...
Ordena las miradas y los gestos en conformidad con la dignidad de las personas y
con la relación que existe entre ellas... El pudor es
modestia”12 . Se da tanto en relación con el cuerpo como con los
sentimientos13 .
Un medio de encauzar la educación del pudor es el respeto por la justa
intimidad. Hay una intimidad en todo ser humano que debe ser respetada. La forma
de enseñar a respetar la intimidad de los demás es respetar su propia intimidad,
es decir, su vida interior y su libertad personal.
5) El autodominio
Hay que enseñar el autodominio porque ésta es la única forma de que un
ser sea capaz de darse. Sólo puede darse quien se posee a sí mismo. Autodominio
significa la capacidad de decirse que no en determinados deseos; o de obligarse
a hacer cosas sin el incentivo del gusto o de la recompensa. Exige,
evidentemente, el sacrificio y la energía espiritual. Un ser sin autodominio es
caprichoso, egoísta y a la larga, incontinente.
4.
La educación del conocimiento
También toca a los padres hacer conocer a los hijos los misterios de la
vida humana y su transmisión. Esto es una de las tareas más delicadas y que más
se prestan a abusos o imprudencias por parte de los educadores e incluso de los
mismos padres. Veremos primero los principios fundamentales que deben guiar esta
educación y luego cómo ha de desarrollarse según las etapas del
niño.
1) Los principios fundamentales
Los principios que deben guiar a los padres en esta tarea son
cuatro:
a) La formación debe ser individual [65-67]. Porque todo niño es una
persona única e irrepetible. El momento oportuno en que cada niño debe recibir
su formación e información es diverso y depende del proceso de madurez. Además
porque debe hacerse a través de un diálogo personalizado. Este diálogo se
realiza mejor cuando el progenitor es del mismo sexo que el niño, es decir,
cuando los padres hablan a los varones y las madres a las niñas.
b) La dimensión moral siempre debe formar parte de las explicaciones
[68-69]. Los temas que se explican han de contener el juicio moral. Si se habla
de la castidad, ha de ser presentada como virtud positiva; si del uso del sexo,
ha de ser colocado en el contexto de la unión conyugal, etc. Los padres deben
enseñar el bien y el mal de la sexualidad según la ley de Dios. Además, han de
mostrar con claridad que ciertos comportamientos están mal porque van contra la
naturaleza del hombre y contra la ley divina revelada por Dios y no sólo porque
pueden traer consecuencias sociales indeseadas (como madres solteras, abortos,
casamientos de apuro, etc.). La sexualidad humana ha de ser presentada según la
enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia, teniendo siempre en cuenta los
efectos del pecado original [cf. 122], es decir, hay que enseñar que por causa
del pecado original el hombre está debilitado y necesitado de la gracia de Dios
para superar las tentaciones.
c) La educación a la castidad y la información sobre la sexualidad deben
ser ofrecidas en el contexto de la educación al amor [70-74]. Es decir, que no
basta con informar sobre el sexo y dar principios morales objetivos; es
necesaria también la ayuda para que los hijos crezcan en la vida espiritual.
Esto es, para que aspiren a la santidad y a la virtud. Educar la sexualidad es
educar la castidad y ésta es una virtud que se da de modo perfecto si se dan
todas las demás virtudes; por tanto se trata de hacerlos virtuosos (y por ende,
castos) o dejarlos en el vicio14 . ¡Ay de los padres que no se
preocupan de que sus hijos sean santos! Para esto, en los diálogos con los
hijos, no deben faltar los consejos para que crezcan en el amor a Dios y al
prójimo; asimismo, hay que transmitirles la convicción de que la castidad es
posible y genera alegría [73]. Los padres deben tratar de que sus hijos
frecuenten conscientemente los sacramentos, yendo por delante con su ejemplo. En
cuanto sea posible, también deben preocuparse de que tengan un guía espiritual
de sus almas.
d) La información sexual debe ser dada con extrema delicadeza, en forma
clara y en el momento oportuno [75-76]. Hay que respetar cada momento del
desarrollo del niño o del joven; no hay que quemar etapas [cf. 124-125]. Para
poder hacerlo los padres deben pedir luz a Dios, hablarlo entre ellos y
aconsejarse. La información no debe entrar en muchos detalles, pero tampoco debe
ser vaga o imprecisa; ha de ser decente, es decir, salvaguardando la virtud de
la castidad cristiana [cf. 126-127]. También hay que darla a tiempo, porque si
se retrasa excesivamente, la curiosidad natural del niño hace que pregunte a
quien no corresponde.
2) Las fases principales del desarrollo del niño y del joven
Teniendo en cuenta lo dicho, ¿qué se debe enseñar en cada
momento?
a) Años de inocencia (desde los 5 años a la pubertad). Este es un período
de serenidad que no debe ser turbado por una información sexual innecesaria. Hay
que preparar al amor casto de un modo indirecto. Este es el momento, más bien,
de enseñar a los niños a ser auténticos varones y auténticas mujeres. Aquí deben
aprender que los varones y las mujeres han de comportarse de modos distintos y
desempeñar tareas diversas; hay que enseñarles las virtudes propias de la
caballerosidad y de la delicadeza femenina. Los padres deben fomentar en los
niños el espíritu de colaboración, obediencia, generosidad, abnegación y
favorecer la capacidad de autorreflexión.
Esto no es siempre fácil, menos en nuestro tiempo, en los cuales graves
amenazas plantean dificultades ajenas al desarrollo propio del niño; por
ejemplo:
-Los intentos programados y predeterminados de imponer una información
sexual prematura; cuando esto viene de la Escuela, los padres han de oponerse
enérgicamente a ello.
-La información que reciben los niños de los mass-media; si esto ha
tenido lugar, los padres deberán limitarse por el momento a corregir la
información inmoral y errónea o controlar el lenguaje obsceno.
-No son raros, lamentablemente, los casos de violencias sexuales sufridos
por muchos niños [85], lo que pone nuevos escollos a una educación equilibrada.
Este es un problema que crece de modo alarmante en nuestros
días15 .
b) Pubertad. La pubertad es la fase inicial de la adolescencia. Es el
momento del descubrimiento del propio mundo interior. Los padres deben estar
atentos a la educación cristiana de los hijos. Es la edad de los interrogantes
profundos, de las búsquedas angustiosas, de desconfianza hacia los demás y del
repliegue peligroso sobre sí mismos. Es el momento importante para la educación
a la castidad. Se hace necesario explicar la genitalidad en el contexto de la
procreación, del matrimonio y de la familia.
A las niñas habrá que enseñarles a recibir con alegría el desarrollo de
la fecundidad (física, psicológica y espiritual); normalmente también se podrá
hablarles de los ciclos de la fertilidad y de su significado. Pero no es
necesario hablar –a menos que lo pregunten expresamente– sobre la unión
sexual16 .
A los varones se les debe ayudar a comprender su desarrollo fisiológico
antes de que obtengan la información de compañeros o personas sin recto
criterio. Siempre en el contexto del matrimonio, la procreación y la
familia.
Los padres deben imbuir a los hijos de una visión cristiana de la
sexualidad, resaltando la belleza de la maternidad y de la procreación, así como
el profundo significado de la virginidad. De este modo se les ayudará a oponerse
a la mentalidad contraceptiva y abortista hoy tan extendida.
También deben ser conscientes los padres de que en este período los hijos
son muy vulnerables a las tentaciones de experiencias sexuales. Por eso deben
estar cerca de ellos, corrigiendo la tendencia a utilizar la sexualidad de modo
hedonista y materialista17 .
Es éste el momento de formarles la conciencia presentándoles los
mandamientos divinos como camino de vida y como don de Dios.
A las preguntas de los hijos –que son muchas en este período– los padres
han de ofrecer argumentos bien pensados y crear criterios que los independicen
de las modas, especialmente las que banalizan la sexualidad en el vestir y en el
hablar18 .
c) Adolescencia. Es el período de la proyección de sí y también del
descubrimiento de la propia vocación. Hay que hablarles del matrimonio, de la
virginidad y del celibato como vocaciones
divinas, entre las que ellos deben descubrir el llamado de Dios.
En este tiempo los problemas sexuales se tornan más evidentes. Más que
nunca hace falta el consejo prudente y el llevarlos a vivir la castidad, la
oración y los sacramentos (especialmente la confesión regular y la comunión
frecuente). También hay que enseñarles en este tiempo los puntos esenciales de
la moral cristiana: la indisolubilidad del matrimonio, el amor y la procreación,
la inmoralidad de las relaciones prematrimoniales, del aborto, de la
contracepción y de la masturbación.
Hay que explicarles también la razón profunda que hace que los pecados
contra la sexualidad sean siempre pecados objetivamente
graves19 :
-porque implica una visión egoísta de la sexualidad [103];
-porque al tratarse de bienes muy altos, más debe observarse el orden de
la razón [55];
-porque el desorden del uso del sexo tiende a destruir progresivamente la
capacidad de amar de la persona, haciendo del placer –en vez del don sincero de
sí– el fin de la sexualidad [105];
-porque reduce a las otras personas a cosas y objetos ordenados a la
propia satisfacción [105];
-porque se cierra a la vida y lleva al desprecio de la vida humana
concebida que se considera como un mal que amenaza el placer personal
[105].
A los hijos se los ayuda si éstos evitan las ocasiones de pecado. Esto
exige, de los padres, que sepan decir que no cuando sea necesario, enseñándoles
a caminar contra las modas sociales que sofocan el verdadero amor, enseñándoles
a cultivar el gusto por todo lo que es bello, noble y verdadero.
d) Hacia la edad adulta. Pasada la adolescencia los padres todavía siguen
teniendo obligaciones para educar a sus hijos: promover el sentido de
responsabilidad, poniendo cuidado en que no disminuyan sino que intensifiquen la
relación de fe con la Iglesia.
Hay que ayudarle también en la etapa del noviazgo para que sea una
verdadera preparación a un matrimonio serio.
5.
Orientaciones prácticas para padres y educadores [112-150]
Teniendo en cuenta la forma nociva en que suele ser presentada y encarada
la educación sexual de los niños y jóvenes, hay que hacer algunas
indicaciones.
1) A los padres.
Los padres deben asociarse con otros padres para garantizar que sus hijos
se formen según los principios cristianos. Deben informarse de manera exacta
sobre los contenidos y las modalidades con que se imparte la educación de sus
hijos en los colegios. Y deben, también, saber que pueden, por derecho natural,
exigir estar presentes en estas clases; e incluso retirar a sus hijos cuando la
educación no corresponda a sus principios.
2) A los educadores.
Ningún educador (ni siquiera los padres) puede violar el derecho que todo
niño o joven tiene a vivir la propia sexualidad en todo conforme a los
principios cristianos y ejercitando la virtud. Asimismo el niño y el joven
tienen derecho a ser informados adecuadamente para que puedan vivir castos.
También debe respetarse su derecho a retirarse de toda forma de instrucción
sexual impartida fuera de su casa; jamás ésta puede ser obligatoria.
3) Varios métodos.
Los métodos que se proponen para la educación sexual son muchos, y
moralmente merecen juicios diversos.
a) Métodos recomendados [129-134]. El método normal y fundamental es el
diálogo personal e individual entre los padres y los hijos, en el ámbito de la
familia. Eventualmente puede encargarse de una parte de la educación en el amor
a otra persona de confianza, cuando hay cuestiones que exceden la competencia de
los padres. Este método incluye una catequesis sobre la moral familiar.
Evidentemente que esto exige capacitar primero a los mismos padres. La escuela
cristiana “para padres”, es decir, la catequesis familiar, es
urgente.
b) Métodos e ideologías que deben ser evitadas [135,ss]. Son
varios:
-Ante todo hay que rechazar la educación sexual secularizada y
antinatalista, que pone a Dios al margen de la vida y considera el nacimiento de
un hijo como una amenaza. Este método se basa en sofismas ideológicos como la
“amenaza de la superpoblación”, “salud reproductiva”, “derechos sexuales y
reproductivos”, etc.20 . Apunta a difundir la práctica del
aborto, la esterilización y la anticoncepción.
-La educación sexual enseñando a los niños todos los detalles de las
relaciones genitales. Especialmente se relaciona con las falaces campañas para
educar en el “sexo seguro” (“safe sex” y “safer sex”) para evitar enfermedades
como el SIDA; en el fondo se juegan los intereses de las grandes industrias del
preservativo.
-Otro método reprobable es el llamado “clarificación de los valores”. Se
anima a los jóvenes a que reflexionen, clarifiquen y decidan las cuestiones
morales con la máxima autonomía, ignorando la realidad objetiva de la ley moral.
Se infunde en los jóvenes la idea de que ellos deben crear su código moral.
Apunta al relativismo moral y al permisivismo.
-Finalmente, entre otros, hay que señalar el método de la inclusión, por
el cual la educación sexual se inserta subrepticiamente en el contexto de otras
materias, como la sanidad, higiene, vida familiar, literatura infantil, e
incluso en la catequesis religiosa.
6.
Conclusión
Por todo lo dicho pienso que no puede dudarse de la altísima función que
desempeñan los padres en la educación de sus hijos. De ellos depende lo que
éstos serán en el futuro. Vivimos, y no hay que dudarlo, en una época enferma,
que adolece de valores y sobreabunda en antivalores. Pero, ¿cuántos de los
antivalores que hoy ocupan las primeras planas de los períodicos,
escandalizándonos con su ejemplo de corrupción, no son el aborto espiritual de
padres que no supieron educarlos o que renunciaron a hacerlo? Ser padres y
educadores es una responsabilidad muy grande. Siempre se educa o se deseduca; no
hay términos medios: o se educa en la virtud o se “educa” en el vicio; renunciar
a educar en la virtud es también educar en el vicio. En el fondo hay sólo dos
modelos de educación: la que se inspira en aquel que alguien llamó con acierto
“el Antihombre”, y la que lo hace siguiendo el modelo del “Hijo del hombre”,
como Jesús se llamaba a sí mismo. Y el método de Jesucristo se resume en sus
palabras pronunciadas en el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los puros de
corazón, porque verán a Dios” (Mt 5,8).
NOTAS
1
En el mes de noviembre de 1996 la Italia católica ha vivido una controversia
entre la Revista Familia Cristiana, de Ediciones San Pablo, y la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, a raíz de los artículos moralmente
heterodoxos sobre problemática sexual del Padre Leonardo Zega, director de la
publicación. El superior de los paulinos sorprendió con su actitud, al tomar
cartas en el asunto, desafiando a las mismas autoridades vaticanas. Pocos días
más tarde la polémica volvió a las primeras planas por el libro, también de
Ediciones Paulinas, De la cigüeña al video, donde, entre otras cosas, se afirma
(según el diario LA NACIÓN) “que los padres deben bañarse desnudos junto a sus
hijos, como una manera de «quitar importancia» al sexo y no tener «amargas
sorpresas» en el futuro. [Los autores] aseguran que si un niño es lavado por su
padre y éste está en calzoncillos, el pequeño «puede ser víctima (en el futuro)
de reacciones nefastas e incluso llegar a desarrollar una homosexualidad
latente». Si un padre o una madre descubre al hijo que se está masturbando nunca
debe decirle que se quedará ciego o que se le caerán las manos. El libro de los
paulinos recomienda a los progenitores que se disculpen ante el jovencito por
haberle «robado la intimidad», que cierren la puerta y se vayan... Nada de
silencios embarazosos si se asiste a escenas [televisivas] de besos o caricias o
a un acto sexual, y menos apagarla o cambiar de canal. Lo mejor es decir algo
simpático al respecto o aprovechar la ocasión para informar al niño de manera
limpia lo que acaban de ver...” (LA NACIÓN, 29 de noviembre de 1996).
Finalmente, el Santo Padre Juan Pablo II intervino la “Sociedad San Pablo” el 11
de febrero de 1997 (cf. AICA, nº 2099; 12 de marzo de 1997, pp.
368-369).
2
Con media sanción de la Cámara de Diputados del 1 de noviembre de 1995. Apunta,
entre otros fines, a «educar» en la idelogía de fondo del proyecto a «niños y
adolescentes» quienes «constituyen un material al que todavía no alcanzan los
condicionamientos negativos de los adultos que originan resistencia al cambio»
(Cf. PNPR, Anexo, p. 13). El proyecto de ley dialectiza la relación entre padres
e hijos, excluye o al menos desconoce el derecho de los padres en la labor
educativa de sus hijos y deja la educación sexual de las nuevas generaciones a
cargo de los ideólogos del PNPR.
3El
número entre corchetes hará referencia al documento “Sexualidad humana: Verdad y
Significado”
4
Puede verse a este respecto la presentación que hace el Dr. Jorge Scala en su
libro “IPPF. La multinacional de la Muerte” (J.C. Ediciones, Rosario 1995),
especialmente al hablar de “La educación sexual permisiva en las escuelas” (pp.
252-262). Después de analizar varios manuales muestra cómo el objetivo
pedagógico de los mismos apunta a la perfecta asimilación de seis principios
básicos: 1º Cada alumno debe elaborar su propia moral sexual, diferente a la de
sus padres; 2º Hay muchos tipos de unión sexual, todas de idéntico valor social:
matrimonio, concubinato, cohabitación, apareos ocasionales, homosexualismo o
lesbianismo, etc; 3º La única diferencia entre una mujer y un hombre son las
anatómicas de sus genitales (no la femineidad y la maternidad ni la
masculinidad y la paternidad); 4º El sexo sirve fundamentalmente, para
procurarse cada uno el máximo placer; secundariamente, se utiliza para
reproducirse; 5º El sexo es bueno (también moralmente), sólo en la medida en que
me da placer; por ello deben eliminarse los miedos al embarazo y a las
enfermedades de transmisión sexual, a través del «sexo seguro» (que es en
definitiva el objetivo final de la materia); 6º La única irresponsabilidad
e inmoralidad sexual es el uso de los genitales sin la debida protección,
contraceptiva o preventiva de enfermedades venéreas. Por eso, algunos de
estos manuales promueven positiva y explícitamente la masturbación, las
relaciones sexuales homo y heterosexuales, el bestialismo, la anticoncepción, la
esterilización y el aborto, exigiendo que se garantice a los jóvenes la
privacidad y confidencialidad, sin el conocimiento o permiso de los
padres.
5
Desde el punto de vista filosófico “amor de concupiscencia” no es un concepto
necesariamente negativo; quiere decir sólo “amor que hace referencia al sujeto
amante”. No lo tomamos en ese sentido, sino en el sentido moral de “amor de
egoísmo”, o sea totalmente autoreferencial.
6
Las relaciones pre-matrimoniales con la excusa de “conocerse” antes del
matrimonio es una falacia que esteriliza el auténtico amor. Las realidades más
delicadas cuando se quieren poseer antes de tiempo se destruyen o se profanan;
como una flor arrancada de su jardín o un copo de nieve que se quiere encerrar
en la mano.
7
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2339.
8
“Los jóvenes –escribió el gran educador que fue el P. Alberto Hurtado, S.J.– son
muy susceptibles frente a este llamamiento y oyen con avidez la frase de
Nietzsche: «No arrojes al héroe fuera de tu alma». Traduciéndola al
cristianismo, esta afirmación del filósofo alemán no es sino el eco del
pensamiento del Maestro: «Si el grano de trigo no muere no dará fruto»”. (Beato
Alberto Hurtado; citado por Octavio Marfan, Alberto Hurtado. Cristo estaba en
él, Ed. Patris, Santiago de Chile, 1993, p. 57).
9
Cf. Familiaris Consortio, 36
10
Beato Alberto Hurtado, loc. cit., p. 47.
11
El pudor se relaciona con la vergüenza. Ésta no es propiamente una virtud sino
cierta pasión laudable que nos hace temer el oprobio y confusión que se sigue de
un pecado torpe. Es pasión porque lleva consigo una transmutación corpórea
(rubor, temblor...); y es laudable porque, regulada por la razón, infunde horror
a la torpeza. El pudor, es un sentimiento auténtico e instintivo, una especie de
reserva, no solamente ante lo que es pecado, sino respecto a la simple alusión
indiscreta a las cosas de la carne, aunque sean sencillamente naturales y de
buena ley. Es una especie de conciencia sensitiva (cf. Santo Tomás, Suma
Teológica, II-II, 144).
12
Catecismo de la Iglesia Católica, nnº 2521-2522.
13
También hay un pudor espiritual, propio de los santos, por el cual éstos cubren
bajo el velo del misterio la acción de Dios en sus almas. Santa Teresa del Niño
Jesús lo expresaba diciendo: “hay flores que cortadas del jardín del alma,
pierden todo su perfume”. De ahí el horror instintivo a manifestar sus fenómenos
místicos. Éste es un elemento fundamental para discernir la falsa mística de la
verdadera. La falsa es esencialmente ostentosa; es teatro para el gran público.
La verdadera es oculta y sólo para Dios.
14
Las virtudes morales pueden encontrarse en estado perfecto o imperfecto. Las
virtudes morales imperfectas, es decir, las virtudes morales incoadas, cuando
están en proceso de generación, no están conectadas entre sí, como lo demuestra
la misma experiencia: alguien puede estar inclinado a la liberalidad y no a la
castidad. Estas virtudes son más bien inclinaciones, pero no virtudes
propiamente dichas, puesto que no hacen al hombre perfecto. En cambio, las
virtudes morales perfectas, que nos inclinan al bien obrar constantemente y en
todas las circunstancias, sin que obsten las dificultades, están unidas entre
sí. La razón es que no puede darse la prudencia sin las demás virtudes morales,
ni éstas sin la prudencia. De este modo, las virtudes morales y la prudencia
mutuamente se incluyen, y por la prudencia todas las virtudes se conectan
(cf. Santo Tomás, Suma Teológica, I-II, 65).
15
El fenómeno de la victimación infantil está tomando en los últimos tiempos una
extensión alarmante. En las revistas pornográficas los niños y jóvenes son
representados unas veces como principiantes pasivos, aleccionados sobre
comportamientos sexuales; otras veces participando activamente en relaciones
sexuales voluntarias con adultos. Entre los victimarios se enumeran pederastas
(que buscan relaciones sexuales con pre-púberes), hebefílicos (interesados en
púberes y post-púberes) y una enorme cantidad de sujetos que buscan relaciones
con niños y adolescentes sólo porque ven en ellos víctimas débiles y vulnerables
(lo que buscan en realidad, según el psiquiatra Ismond Rosen, es una relación de
crueldad). El problema se agudiza si se tiene en cuenta que los sujetos que
tienen estas tendencias son socialmente más peligrosos que los agresores
heterosexuales incestuosos y que los violadores heterosexuales: un estudio de
hace unos años atrás, manifestó que los agresores incestuosos heterosexuales
tenían en promedio poco más de dos víctimas cada uno; los violadores
heterosexuales entre 5 y 6 víctimas cada uno; en cambio los pederastas homo y
heterosexuales entre 30 y 63 víctimas cada uno (Cf. David Alexandre Scott, La
pornografía. Sus efectos sobre la familia, la comunidad y la cultura, Informe
base para la comisión sobre pornografía de los Estados Unidos, Ed. Conadefa,
Bs. As. 1986, p. 19). En
el año 1996 este problema ha sido uno de los más debatidos por la opinión
pública a raíz del descubrimiento de mafias que alimentan la pedofilia y
crímenes de niños relacionados con la prostitución infantil en Bélgica. En el
Congreso Mundial contra la Explotación Comercial de Niños, en Estocolmo, la
prostitución infantil ha llegado a ser calificada como el nuevo flagelo del
mundo (Diario LA NACIÓN, 29 de agosto de 1996, p. 2). La “marcha blanca”,
protestando contra estos abusos, constituyó, en Bélgica, la mayor manifestación
mutitudinaria desde la Segunda Guerra Mundial (Diario CLARIN, 21 de agosto de
1996, p. 46).
16
Debo señalar un error de traducción no leve en el Documento publicado por la
Conferencia Episcopal Argentina (Oficina del Libro, C.E.A., 1996). El nº 90 dice
“pero será sin embargo necesario, si no es explícitamente solicitado, dar
explicaciones detalladas acerca de la unión sexual”; el texto oficial publicado
por L’Osservatore Romano dice “no será sin embargo necesario...”. El matiz es
substancial.
17
Así, por ejemplo, respecto del tema de la masturbación debe quedar claro que es
un desorden grave, ilícito en sí mismo y que no puede ser moralmente justificado
ni por falsos motivos de salud, ni psicológicos, etc. [cf. 103].
18
El tema delicado y concreto de la homosexualidad [cf. 104 y 125] no debe
abordarse antes de la adolescencia, a no ser que surja algún problema
específico. Este punto debe ser presentado con equilibrio, según los documentos
de la Iglesia. Hay que evitar hacer juicios hostiles hacia las personas, pero al
mismo tiempo hay que distinguir y clarificar que es siempre una anomalía, aunque
el sujeto pueda carecer, en algún caso, de culpa subjetiva. También es necesario
distinguir entre la tendencia, que puede ser innata, y los actos de
homosexualidad que siempre son “intrínsecamente desordenados” y por tanto
injustificables (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nnº
2357-2358).
19
En los manuales tradicionales siempre se ha afirmado el principio de la no
parvedad de materia en el terreno sexual, es decir, que siempre que se haga uso
de la sexualidad fuera del matrimonio, con plena voluntariedad y conocimiento,
habrá pecado mortal. Muchos moralistas modernos califican esta postura como
“taxativa y rígida”. Por ejemplo, Häring (cf. artículo “Sexualidad” en el
Diccionario de Teología Moral, Paulinas 1978, p. 1014). Por eso algunos insisten
en la necesidad de reinterpretar el principio (Grundel), revisarlo a fondo (Häring) o
simplemente calificarlo como insostenible (J. Ziegler, A. Valsecchi). Marciano
Vidal llega a afirmar que “la norma sexual no puede tener ni el carácter fijo y
absoluto del significado sexual ni la validez universal y general del modelo
moral”. La doctrina del Magisterio, contraria a la mayoría de estos autores, se
resume en el documento Persona huamana: “Es verdad que en las faltas de orden
sexual, vista su condición especial y sus causas, sucede más fácilmente que
no se les dé un consentimiento plenamente libre; y eso invita a proceder con
cautela en todo juicio sobre el grado de responsabilidad subjetiva de las
mismas. Es el caso de recordar en particular aquellas palabras de la Sagrada
Escritura: «El hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón» (1 Sam
16,7). Sin embargo, recordar esa prudencia en el juicio sobre la gravedad
subjetiva de un acto pecaminoso particular, no significa en modo alguno
sostener que en materia sexual, no se cometen pecados mortales. Los Pastores
deben, pues, dar prueba de paciencia y de bondad; pero no les está permitido ni
hacer vanos los mandamientos de Dios, ni reducir desmedidamente la
responsabilidad de las personas: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de
Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas. Pero esto debe ir
acompañado siempre de la paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio
ejemplo en su trato con los hombres. Venido no para juzgar, sino para
salvar, Él fue ciertamente intransigente con el mal, pero misericordioso
con las personas» (HV 29)” (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
Persona humana, nº 10).
20
Es la que anima los proyectos de ley: “Programa Nacional de Procreación
Responsable” (conocida precisamente también como “ley de salud reproductiva”) y
el “Proyecto de ley de fecundación humana asistida”